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Transmitiendo la fe a tus hijos: sigue el modelo bíblico

13/08/2025
in Zona Juvenil
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caminar en una fe auténtica, una fe que mostrara que Jesús realmente gobernaba sus vidas.

Con el tiempo, y con la guía del Espíritu Santo, comprendí algo esencial: aunque solo Dios tiene el poder de salvar, Él nos da a los padres la responsabilidad y el privilegio de proclamar Su Palabra a nuestros hijos, con la esperanza de que algún día ellos también lleguen a conocerlo personalmente.

El modelo que encontramos en Deuteronomio 6:7 es fundamental para entender cómo llevar a cabo esta tarea: «Estas palabras que yo te mando hoy estarán sobre tu corazón. Las enseñarás diligentemente a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes» (vv. 6-7).

Dios instruyó al pueblo de Israel no solo a escuchar y obedecer Sus mandamientos, sino también a enseñárselos a sus hijos. Esto nos muestra un principio valioso: hablar de Dios con nuestros hijos, incluso en conversaciones simples, puede orientarlos hacia un entendimiento más profundo del Creador.

Como educador, he visto numerosos estudios que confirman que los estudiantes que participan en discusiones sobre lo que aprenden retienen mejor la información y se interesan más por aprender. De la misma manera, dedicar tiempo a conversar con nuestros hijos sobre Dios contribuye a que desarrollen una comprensión más sólida de quién es Él y cuál es Su obra redentora.

Dos principios bíblicos para guiar conversaciones con nuestros hijos

1) Hablar de Dios requiere intención
Deuteronomio 6:7 nos dice que debemos enseñar diligentemente a nuestros hijos. La palabra «diligentemente» sugiere repetición y constancia, un esfuerzo intencional para que la enseñanza quede grabada en su corazón.

La repetición es un principio básico para la memoria: cuanto más se repite algo, más se retiene. De igual modo, si queremos que nuestros hijos conozcan a Dios y comprendan Sus atributos y obras poderosas, necesitamos hablar de Él de forma constante. No podemos implantar la fe físicamente en ellos, pero sí podemos moldear su comprensión repitiendo las verdades bíblicas.

Como dice el salmista: «En mi corazón he atesorado Tu palabra, / Para no pecar contra Ti» (Sal 119:11). La fe no se transmite por deseo solamente; requiere acción y constancia.

2) Conversar sobre Dios debe formar parte de la vida cotidiana
La segunda instrucción de Deuteronomio 6:7 habla de hacerlo en cualquier momento: al sentarse en casa, al caminar, al acostarse o al levantarse. Esto nos muestra que enseñar sobre Dios no es solo un acto formal, sino que puede incorporarse a la vida diaria.

La idea no es recitar palabras mecánicamente, sino convertir a Dios y Sus mandamientos en un tema constante de pensamiento y conversación. Cada aspecto de la vida puede conectarse con la verdad de Dios: momentos de dificultad, alegrías, decisiones, relaciones, finanzas o problemas de salud. Cada situación nos ofrece la oportunidad de mostrar Su carácter y Su obra redentora.

Por ejemplo, una dificultad económica nos recuerda a Dios como proveedor; una enfermedad nos invita a confiar en Su soberanía; ayudar a los necesitados nos permite enseñar sobre Su compasión. Incluso cuando hablamos del pecado, podemos enseñarles sobre la gracia restauradora de Dios y cómo Él actúa en nuestras luchas diarias.

Comenzar desde temprano
Mi cónyuge y yo adoptamos el hábito de orar y leer la Biblia con nuestros hijos antes de dormir desde que eran pequeños. Estos momentos se convirtieron en recuerdos entrañables y una oportunidad para aclarar dudas, profundizar en preguntas, visualizar milagros y conversar sobre el Dios que es justo y bondadoso.

Hoy, nuestros hijos son jóvenes adultos que aman y sirven a Dios. Aunque ya no compartimos la rutina nocturna de lectura y oración, seguimos aprovechando diversas oportunidades para discutir temas teológicos, siempre con el mismo objetivo: profundizar en el carácter de Dios y cultivar reverencia hacia Él.

Cada etapa del crecimiento de nuestros hijos trae desafíos distintos. Sus intereses, capacidad de diálogo y pensamiento crítico cambian con los años. Llegará un momento, si no ha llegado ya, en que nos sentiremos desorientados sobre cómo guiarlos. Es entonces, en humildad y dependencia de Dios, cuando debemos retomar este principio: mantener conversaciones significativas sobre Dios para encaminar a nuestros hijos hacia un conocimiento sólido del Creador.

Nunca subestimemos el impacto de una o varias pequeñas charlas sobre Dios a lo largo del tiempo. Como dijo Pablo: «Yo planté, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento» (1 Co 3:6). Nuestra labor como padres es sembrar y regar la semilla de la Palabra; Dios se encargará de hacerla crecer en sus corazones.

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