Aunque a veces, en medio de la espera y la incertidumbre, pensamos que el tiempo para una intervención divina ya pasó, debemos mantener la fe firme hasta el final. Solo así podremos experimentar una vez más el poder de nuestro Padre Celestial, que nunca falla ni decepciona.
En el evangelio de Juan, capítulo 11, encontramos la impactante historia de la resurrección de Lázaro, alguien a quien Jesús amaba profundamente. Pero antes de presenciar este milagro extraordinario, vale la pena detenernos a observar algunos detalles que nos enseñan mucho sobre el tiempo y la forma en que Dios actúa:
Cuando Jesús recibió la noticia de que su amigo había muerto, no se apresuró ni actuó de inmediato.
Cuando finalmente llegó a Betania, ya habían pasado cuatro días desde la muerte de Lázaro.
En el camino, sus hermanas, Marta y María, le reprocharon que no había llegado a tiempo para evitar la muerte.
Las personas del lugar, con dudas y quizás un poco de incredulidad, criticaban a Jesús preguntando: «Si tanto lo amaba, ¿por qué no hizo nada para salvarlo?»
¿Por qué Jesús no actuó rápido cuando recibió la noticia? Porque Él sabía que ese momento sería la oportunidad perfecta para manifestar Su poder de una manera extraordinaria y única: la resurrección de una persona que ya había sido dada por muerta.
A pesar de las quejas, reclamos y críticas, Jesús no se detuvo. Continuó su camino hacia la tumba de Lázaro, y allí, frente a la entrada tapada con una piedra, dio la orden:
«Quiten la piedra».
Marta, preocupada por el olor y el tiempo que llevaba su hermano muerto, objetó:
«Señor, ya debe oler mal, pues lleva cuatro días allí.»
Pero Jesús respondió con una promesa de fe:
«¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios?»
Quitaron la piedra, Jesús alzó la vista y oró al Padre, dando gracias porque sabía que siempre era escuchado. Pero lo hizo para que todos los presentes creyeran que Él había sido enviado por Dios. Y entonces, con voz fuerte, proclamó:
«¡Lázaro, sal fuera!»
Y el milagro ocurrió. Lázaro salió, envuelto en vendas, vivo y restaurado.
Hoy, ese mismo Dios que llamó a Lázaro desde la tumba, nos está gritando a nosotros:
«¡Sal fuera!»
Nos invita a salir de las tumbas en las que hemos quedado atrapados: sueños muertos, esperanzas quebradas, situaciones que parecen sin solución, pensamientos de inferioridad, frustración, depresión y dolor. Nos llama a dejar atrás esas cavernas oscuras donde reina la desesperanza.
Jesús es la resurrección y la vida. No hay problema, dolor ni circunstancia fuera de su alcance o mirada. Él ve cada una de nuestras lágrimas, oye cada una de nuestras oraciones, y en el tiempo perfecto, actúa con poder y amor.
No seamos como aquellos que dudaron y reclamaron sin entender el propósito divino. Dios no es hombre para mentir ni para tardarse. Él cumple sus promesas y siempre responde, aunque no sea en el momento que nosotros esperamos.
Nuestra fe y esperanza están en Él. Así como Lázaro resucitó y se convirtió en testimonio vivo del poder de Dios, nosotros también podemos levantarnos, ser testigos de su gracia y mostrar a otros que con Dios todo es posible.
Hoy, alguien nos llama desde afuera para devolvernos a la vida. ¿Estás dispuesto a escuchar su voz? ¿Estás listo para salir y vivir en victoria?