Si todos mis amigos lo dejaran, yo también lo haría
Carla no estaba hablando de fumar o beber; se refería a Instagram. Y apuesto a que más de una vez tú también lo has pensado.
El 15 de mayo, Sapien Labs, un grupo de investigación estadounidense, publicó un informe titulado Resultados sobre la edad de adquisición del primer smartphone y bienestar mental. El estudio incluyó a casi 28 000 jóvenes de 18 a 24 años de unos cuarenta y un países en América del Norte, Europa, América Latina, Oceanía, Asia del Sur y África, entre enero y abril de 2023. El objetivo era examinar la relación entre la edad en que los participantes recibieron su primer dispositivo con acceso a Internet y su salud mental. ¿Quiénes mostraron un bienestar más sólido: los que recibieron su móvil a los seis, diez o dieciocho años? Los resultados fueron contundentes: mientras más tarde adquirieron el dispositivo, mejor. La disminución del bienestar fue especialmente marcada en mujeres, aunque afectó a ambos géneros.
Si has pasado tiempo en Internet, estos hallazgos probablemente no te sorprenden. Todos conocemos la sensación de frustración tras una sesión interminable de revisar perfiles o videos de treinta segundos que apenas recordamos. Al principio es entretenido, nos distrae, pero al apagar la pantalla la realidad sigue intacta. Frente a ello, solemos optar por huir otra vez al mundo digital.
Sabemos que esto nos perjudica. Sabemos que interfiere con nuestros estudios y nos hace dispersos. Sabemos que nos enfrenta constantemente con comparaciones imposibles. Sabemos que roba horas de sueño. Sabemos que nos llena de información vacía y rumores. Sabemos que el tiempo se esfuma sin provecho. Sabemos que anhelamos cosas que un rectángulo luminoso nunca podrá ofrecer. Aun así, volvemos una y otra vez. ¿Por qué?
Porque hemos permitido que nos domine.
¿Qué hacer entonces?
No es extraño que algo que nos hace daño hoy también tenga un efecto negativo mañana o dentro de varios años. Nuestra mente no se siente bien tras pasar toda la tarde frente a la pantalla; tampoco debería sorprendernos que a largo plazo nuestro bienestar se vea afectado. Imagina que un estudio revelara que los tomates causan un deterioro similar en la salud mental. Habría alarma general, debates, medidas y prudencia. Algunos se arriesgarían por el sabor, pero la mayoría tomaría distancia hasta tener claridad.
Sin embargo, cuando se trata de dispositivos, nuestra reacción es distinta. Las pantallas nos hipnotizan. Están diseñadas para mantenernos cautivos, haciendo que olvidemos cómo nos sentimos tras el uso excesivo. Nos refugiamos en un «todo me está permitido» en lugar de afirmar con determinación: «No me dejaré esclavizar por nada» (1 Co 6:12).
Si perteneces a la Generación Z, has sido parte de un gigantesco experimento. Has crecido con Internet disponible las 24 horas del día, los siete días de la semana, y los efectos sobre tu mente son evidentes.
No subestimes tu juventud
Pablo le dice a Timoteo: «No permitas que nadie menosprecie tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, fe y pureza» (1 Ti 4:12). Ese “nadie” también te incluye a ti.
Desperdiciar tu juventud frente a una pantalla, cuando sabes que Dios te ha llamado a usar tu mente y tus talentos para Su gloria, es menospreciarla. Invertir horas en un mundo virtual en lugar de prepararte para ser ejemplo en el mundo real es desaprovechar tu tiempo.
Tal vez ya lo hayas notado. Quizá reconoces que las pantallas te han atrapado y que hay cosas más valiosas que merecen tu atención. Quieres que tu mente prospere, que tu corazón no se agote en banalidades, que tu vida no se consuma en contenido vacío. Pero sientes que no puedes parar.
¿O sí puedes?
Romper el hechizo de la pantalla no será sencillo. Cada clic, cada desliz, cada video y cada «me gusta» han entrenado tu cerebro para buscar la gratificación instantánea. Las aplicaciones están diseñadas para atraparte, y es fácil recurrir a ellas cuando la vida se complica o aburre. Pero si estás en Cristo, tienes lo necesario para resistir. Jesús te ha hecho libre: no necesitas ser esclavo de nada. Es hora de vivir como lo que eres, llenarte de Su Palabra, orar por discernimiento, rodearte de la comunidad de fe y correr la carrera de la vida con los ojos puestos en Él.
Para lograrlo, debemos empezar por eliminar lo que nos aleja de Dios (Mt 5:29). Puede sonar radical, pero no necesitas un teléfono, tablet, redes sociales o videojuegos portátiles si descubres que te hacen daño. Claro, hay usos útiles y entretenidos, pero la pregunta es: ¿vale la pena? ¿No pierdes más de lo que ganas? ¿No basta con usar la computadora familiar ocasionalmente y disfrutar de una vida libre de esclavitud digital?
La mayoría de tus compañeros probablemente no dejarán sus dispositivos. Puedes encontrar uno o dos amigos que compartan tu deseo de libertad y apoyarse mutuamente. Pero no necesitas esperar a nadie más. La libertad comienza hoy. Puedes empezar a vivir sin ser esclavo de la pantalla ahora mismo.